Ruta La Dehesa de Monasterio de la Sierra

Información de Enrique del Rivero

En uno de los lugares más recónditos de la sierra burgalesa y a los pies de las estribaciones meridionales de la Sierra de Neila se localiza uno de los pueblos más aislados de Burgos: Monasterio de la Sierra. En su entorno se conserva una de las mejores y más extensas dehesas de roble albar de toda la península Ibérica y un espectacular conjunto de formaciones rocosas en las que la erosión ha esculpido una serie de caprichosos relieves.


Hay que atravesar todo el pueblo por su calle mayor y enlazar con la pista que conduce a su dehesa. Al llegar al primer cruce es preciso seguir el camino más antiguo que, por la derecha, desciende hacia el río. Enseguida comienzan a verse los grandes robles que forman la dehesa de Monasterio de la Sierra. Este espectacular bosque caducifolio está formado principalmente por una peculiar especie de roble: el albar. Su singularidad radica en ser el roble, Quercus petraea, mejor adaptado a las condiciones de clima y suelo que reinan en las zonas montanas. Presenta un periodo vegetativo un poco más largo que su pariente más próximo, el Quercus robur, una menor exigencia de calor estival y una gran tolerancia a los suelos poco profundos y pedregosos. En resumen, las características que se dan en este rincón de las estribaciones meridionales de la Sierra de Neila.
También el bosque de roble albar de Monasterio de la Sierra puede considerarse como uno de los mejor conservados —desde luego es la masa más extensa en el límite meridional de distribución de la especie a nivel de la península Ibérica— de todo el sur de Europa.
El camino desciende hasta el curso del río Valladares y tras cruzarle por un puente se bifurca en tres ramales. Hay que tomar el del centro que asciende por el corazón del bosque. Unos grandes roble dan sombra a una empinada ladera cubierta por grandes piedras tapizadas de un mullido musgo. El evocador y centenario camino asciende sabiamente la montaña en amplios zigzag y alcanza otro cruce en el que se deja el ramal de la derecha. Por la izquierda, el camino sigue ganado altura, convertido durante unos centenares de metros en una pista de montaña, y alcanza una gran roca desde la que se divisa una inmejorable panorámica de la joya botánica que se está recorriendo.
El silencio y la calma que reinan en el robledal favorecen la observación de la numerosa y variada fauna que encuentra refugio en su interior. Desde pequeños mamíferos como ardillas, armiños, gatos monteses y lirones caretos, hasta corzos, ciervos y jabalíes, pasando por aves como el carbonero palustre, agateador común, arrendajo, paloma torcaz, pico mediano, gavilán, halcón abejero, búho chico y búho real. Tampoco es rara la presencia del lobo ibérico.
La pista de montaña se vuelve a transformar otra vez en un viejo camino, comienza a separarse del valle del río Valladares y enfila, por una especie de meseta en la que el bosque ha sido sustituido por un espeso matorral de jara estepa y brezo, con dirección a la lejana cumbre del pico Campiña. Justo antes de llegar a unos antiguos apriscos en ruinas, hay que prestar atención para localizar un camino menos marcado que por la izquierda regresa al encuentro del valle del río Valladares.
El camino serpentea entre el matorral de jaras y brezos, con algunos aisladas masas de pinos y robles, y pasa junto a una pequeña laguna en la que abundan los tritones común y alpino. Pronto se llega a una ancha pista arenosa que hay que tomar hacia la izquierda. En un entretenido sube y baja y sombreados por un pinar de repoblación los andarines alcanzan otra vez las aguas del río Valladares. Este torrente de aguas cristalinas y tributario del río Arlanza es el hábitat ideal de la nutria y el desmán de los Pirineos.
Una suave rampa permite alcanzar un alto desde el que se descubre un excepcional enclave paisajístico: un extenso y encantado conjunto rocoso, formado por cuarzoarenitas del Jurásico, en el que la erosión ha dejado una imborrable y llamativa huella. Justo en la cima de la colina y a la izquierda de la pista se localizan varias rocas de extrañas formas que marcan el inicio de un lugar de increíble belleza. Hay que descender, no existe un sendero definido, para ir descubriendo cada uno de los rincones de esta zona conocida como El Castillejo. Gigantescas setas, atrevidos arcos naturales, enormes chimeneas rematadas con mágicas cúpulas, mesas ciclópeas, estrechas gargantas de pulidas paredes son las marcas dejadas durante millones de años por el hielo, el agua y el viento. Según se desciende hacia el profundo valle, las rocas se ven envueltas por una densa masa de robles que ayudan a incrementar la belleza del entrono.
Para continuar el recorrido hay que regresar de nuevo a la pista. Sin hacer caso a una desviación que asciende a mano derecha, la pista se interna otra vez por la sombreada dehesa de robles. Hay que pasar junto a una alargada tenada para el ganado que queda a mano izquierda y descender suavemente con dirección otra vez al pueblo de Monasterio de la Sierra.


De interés

Época recomendable: Todo el año.
Dificultad: Baja.
Distancia y tiempo: 13 kilómetros y cinco horas y media.
Interés: Bosque de robles, paisaje geológico y fauna asociada.
Mapas topográficos 1:25.000: nº: 277—IV y 278—III.
CÓMO LLEGAR
Hay que salir de Burgos por la N-I con dirección a Madrid y a la altura de Sarracín desviarse por la carretera de Soria. A la entrada de Salas de los Infantes es preciso tomar la C-113 con dirección a Canales de la Sierra. Al poco de pasar la localidad de Castrovido hay que volver a desviarse por la carretera local que, tras nueve kilómetros, finaliza en Monasterio de la Sierra.